Y es que en lo más profundo y espeso del monte de la Serranía del Perijá, en los límites con Venezuela, no lo podía ver; amarrado y, probablemente, torturado física y psicológicamente no lo podía gritar. Por eso cuando el hijo de Luis Manuel Díaz apareció desde los cielos de la sofocante Barranquilla, con un fuego interno en su mirada, para anotar los dos goles de la histórica victoria contra Brasil, ‘Mane’ abrió lo que más pudo sus brazos,simulando un ave fénix que encontró su libertad, que quería volar y olvidar los trágicos 12 días de un secuestro absurdo y categóricamente rechazado por todo Colombia esa noche del 16 de noviembre en el estadio Metropolitano.

El fútbol y el conflicto armado son polos totalmente adversos. El deporte como espectáculo cumple esa función de divertir, gozar de una fiesta y hasta de hacer olvidar todas aquellas dificultades que se viven como Nación, pero la guerra eventualmente toca sus puertas para instrumentalizarlo o convertirlo en un tipo de propaganda controversial de estos actores ilegales del conflicto.

“El fútbol en Colombia ha procurado mantenerse al margen de los episodios de violencia política y conflicto social, que históricamente ha vivido el país. Sin embargo, ambos eventos - fútbol y violencia - están presentes en la cotidianidad de los colombianos, por lo que es inevitable que en más de una ocasión se crucen”, le dijo a Deportes RCN Felipe Arias Escobar, historiador de Señal Memoria, el archivo de RTVC.

¡Basta!

La victoria contra Brasil puede llegar a ser anecdótica si se adentra más allá del juego. ‘Lucho’ Díaz corrió más que nunca, todos los hinchas de la Selección lo empujaron y apoyaron más fervientemente. Su corazón y cabeza solo tenían el arco dibujado entre ceja y ceja, entre el pecho y la espada. El horror del secuestro de su padre lo quería olvidar, pero enviando un mensaje con goles, gambetas, coraje y amor de patria.Al fina, el mundo conspiró para que a su cabeza llegara dos veces el balón y él pudiera anotar, como si fuera un libro de ficción que ya conocía el mejor desenlace posible.

Pero ese estallido, esa celebración no se sintió o escuchó igual a cuando la Selección Colombia ganaba un partido rumbo al Mundial o cuando se clasificó a la Copa del Mundo. Ese estruendo llamó aún más la atención. Fue un grito de desahogo, lágrimas melancólicas por la liberación de ‘Mane’ y la angustia de esos civiles privados de la libertad que aún no aparecen. Contuvo puños apretados por una remontada de película y al mismo tiempo con el dolor de una guerra absurda.

Infortunadamente, el país estuvo una semana en los principales medios del mundo. Y se dice infortunadamente, porque se volvió a aquella época de los 80´s o 90’s en que las noticias del planeta contenían la guerra escalofriante de Colombia por el narcotráfico y los demás grupos ilegales que cobraban la vida de inocentes. Esta vez, fue mil y una vez la imagen del padre de Luis Díaz, quien no aparecía y se imploraba por su libertad.

“Un crimen como el secuestro, en más de una ocasión golpea a figuras públicas, lamentablemente,por las motivaciones de los autores, sean estás extorsivas o publicitarias.
Pasa desde hace tiempo, en 1963 un grupo guerrillero venezolano secuestró a Alfredo Di Stéfano, al año siguiente la dictadura de Duvalier en Haití desapareció a Joe Gaetjens, héroe de la selección de Estados Unidos en el Mundial de 1950. Colombia, insisto, ha procurado históricamente mantener al fútbol al margen de aquel riesgo, pero en más de una ocasión ha sido inevitable. Y no solo hablamos de secuestros, sino de la cooptación que nuestra violencia ha hecho del fútbol, que ha metido a futbolistas o dirigentes en sus economías. Cuántos casos no hemos tenido de personalidades del fútbol presos por narcotráfico”, añadió Arias.

El fútbol y la guerra

Aunque ya se ha dicho que no debe haber una correlación, si han existido momentos claves en la historia del país que han juntado y enlutado al fútbol y a la guerra, contados por el historiador Felipe Arias:

“Pasa desde hace mucho. En 1928, cuando la selección del Magdalena, primer campeón nacional de fútbol, pasó por todo tipo de dificultades para regresar de Cali a Santa Marta por la Masacre de las Bananeras (al regresar aprovecharon su popularidad para mediar en la liberación de sindicalistas presos). 

Un caso más conocido fue la influencia del 9 de abril para que el gobierno de Ospina Pérez apoyara la creación en 1948 del campeonato profesional, buscando que el fútbol se convirtiera en una contención a la violencia que vivía el país.

Esto último de cierto modo funcionó, porque el fútbol profesional fue un espectáculo masivo que trascurrió al margen de las conmociones políticas del país. No el golpe de Rojas Pinilla, ni su caída, ni las elecciones del 70 o las permanentes declaratorias de Estado de Sitio lo detuvieron. No fue sino hasta la irrupción del narcotráfico en los 80 que la relación entre el fútbol y las tragedias nacionales volvió a manifestarse.

Hay numerosos eventos que hemos olvidado, de hecho. Por ejemplo, la tragedia del Estadio Alfonso López de Bucaramanga en 1981, donde un "tropel" de hinchas fue disuelto a bala por el ejército, o futbolistas víctimas de secuestro, como Andrés Estrada en 2000, cuyo secuestro por el ELN indujo a que los jugadores de Nacional y Cali se negaran a jugar.

Hay casos de los que aún ni siquiera hablamos, como la violencia del paramilitarismo contra los barristas, principalmente en los jóvenes que  hacia 1999-2000 eran bajados de buses en el Magdalena Medio y asesinados en plena carretera.

Hay otros eventos cuya relación con el Conflicto es difusa o negada, como el asesinato del árbitro Álvaro Ortega en 1989, que indujo a la cancelación del campeonato, o el asesinato de Andrés Escobar al regresar del Mundial de 1994. Ambas muertes las hemos simplificado con el tema del fanatismo, cuando se debieron al narcotráfico, a su capacidad de corromper la sociedad y a la confianza que las mafias de entonces tenían de que sus actos quedarían impunes.

Un caso más que notable de la relación entre fútbol y Conflicto fue la Copa América de 2001, organizada por Colombia en pleno recrudecimiento de la violencia y cuando el gobierno de Andrés Pastrana trataba de salvar sus negociaciones con las Farc. Olvidamos que ese torneo estuvo a punto de no hacerse, por el secuestro del dirigente Gustavo Moreno Jaramillo y la bomba que a principios de ese año se puso en la Torre de Cali donde se hospedaba el Once Caldas (es decir, no solo por el Conflicto Armado, sino por hechos de violencia que afectaban al fútbol).

Cuando finalmente se hizo, se planteó en un clima de mostrar a Colombia como un país resiliente (aunque la palabra no se usaba entonces), se llamó la "Copa de la Paz" y se pactó una tregua con las Farc, la cual se rompió la noche que Colombia se clasificó a la final y la Columna Teófilo Forero cometió el secuestro de los residentes del Edificio Miraflores de Neiva”.

La victoria contra Brasil no solo marcó un hito histórico deportivo, sino que también dejó un precedente desde la Selección Colombia y millones de habitantes que gritaron ¡No más a la dolorosa guerra y los secuestros!

Por: Felipe Villamizar M.

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Selección Colombia reacción a situación Luis Díaz
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El triunfo contra Brasil marcó un hito deportivo y un grito melancólico de no más guerra.
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El triunfo contra Brasil marcó un hito deportivo y un grito melancólico de no más guerra.
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